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Wonny Geuer: “Pensaba que no volvería a pisar una cancha y ahora sufro y disfruto con mis hijos”

• Oct 13, 2023, 5:00 AM
11 min de lecture

Los más jóvenes no debieron entender muy bien porque Willy, en el Mundial de China en 2019, llevaba el apellido Geuer en su camiseta. Un homenaje para la primera gran pívot del baloncesto español y la matriarca de una familia que sigue dando muchas alegrías a este deporte.

Margarita Ivonne (de ahí el Wonny) Geuer nació en Sevilla el 3 de mayo de 1966. Era la tercera de tres hermanas y la primera que nació en España. Sus padres se habían trasladado a Sevilla por motivos laborales. Su padre trabajaba en el Banco Alemán y su madre era la hija del cónsul de Sevilla. Sus primeros pinitos (y éxitos) fueron en el Colegio Irlandesas de Bami, con el que logró coronarse como campeona de España infantil. Pero su etapa en este colegio duró poco: no querían fichajes, así que la presionaran para que se escolarizada en el centro, algo que no hizo... Así que se marchó al Club Amigos Natación.

Con 17 años se mudó a Madrid para jugar con un Canoe, con el que logró tres Ligas en tres años. Después se marchó a Lugo, a un equipo recién ascendido pero al que convirtió en subcampeón liguero. Fue el paso previo a incorporarse al Plan ADO, un programa creado con vistas a los Juegos de Barcelona, los primeros en los que iba a participar la Selección femenina de baloncesto como anfitriona. Fueron cuatro años por y para el baloncesto, con entre ocho y diez horas diarias de entrenamientos, giras por Estados Unidos... Las jugadoras que entraron en este programa (Blanca Ares, Carolina Mújica, Betty Cebrián...) formaron un equipo, el BEX Banco Inversión, que participaba en la Liga aunque sus resultados no contaban.

En su estreno olímpico, España acabó quinta, pero el germen de tanto trabajo estaba ahí y un año después, la Selección femenina logró en Perugia 93 el primer oro para el baloncesto español, un éxito que, según ha explicado Wonny (158 partidos internacionales) en alguna entrevista, supuso el punto de inflexión para el baloncesto femenino, algo así como la plata de Los Ángeles 84 para el masculino.

Aquel oro supuso también el punto final a su carrera profesional deportiva. Tras los Juegos de Barcelona se comprometió con el Dorna Godella y, aunque logró la Copa de Europa con el conjunto valenciano en 1993, ya había decidido que su carrera iba a dar un giro de 180 grados. Tenía 26 años, era licenciada en Ciencias Empresariales y su intención era formar una familia junto a su marido, Guillermo Hernangómez, al que había conocido en una cancha (ambos coincidieron en la Selección, cuando él preparaba un Europeo júnior y ella, uno juvenil). Un año después nació Willy, al siguiente Juancho y la última en llegar fue Andrea, que acaba de volver a España para jugar en Leganés. Una familia de deportistas que ya acumula seis oros, aunque el de Wonny fue el primero.

"Los cuatro años del Plan ADO nos hicieron ser una familia"

Es una de las que repite en el Hall of Fame, ¿cómo se siente ante este nuevo reconocimiento?

Muy bien, porque es un reconocimiento único. Tras haberlo recibido como equipo, por haber conseguido la medalla de Perugia, que te reconozcan individualmente... Agradezco mucho al jurado que hayan pensado que merecía entrar en el Hall of Fame.

Para los que no la recuerden, ¿cómo era Wonny Geuer en una cancha?

A lo mejor no me acuerdo ni yo (risas). Era una jugadora intensa, dura tanto delante como detrás y que siempre lo daba todo en el campo.

¿Cómo y cuándo comenzó a jugar al baloncesto?

Bastante tarde. Hacía distintos deportes: tenis, judo... Empecé con el baloncesto porque un amigo de mi hermana era entrenador en Sevilla, Francisco Álvarez, vio el estirón que había dado y me preguntó si quería jugar. Así empezó todo.

Con 17 años se va a Madrid para jugar en el Canoe. ¿Cómo eran las ofertas en aquella época?

Por aquel entonces, era difícil que te dejaran salir de tu ciudad. Venirme a Madrid fue complicado, pero al final mi madre apostó porque pudiera cumplir mi sueño. Profesionalmente recibía una beca, aparte de que te pagaban todos los gastos: estudios, manutención, tratamientos... Poco después empezó a profesionalizarse el deporte femenino y ya había jugadoras con contratos profesionales. Comenzó a entrar un poco más de dinero.

¿Cómo ayudó el Plan ADO al baloncesto femenino?

Ayudó muchísimo, sobre todo, al cambio físico. Trabajamos duramente con Bernardino Lombau durante cuatro años preparando la Olimpiada y fue cuando pudimos equipararnos al resto del mundo, sobre todo, de Europa para poder competir de tú a tú.

¿Cómo era el día a día?

Entrenábamos muchísimas horas. Y además teníamos que compaginar los estudios con el baloncesto. En ese momento, las más mayores estábamos en la Universidad... a lo mejor entrenábamos a las ocho de la mañana, antes de ir a clase. Entre tiro, físico, los entrenamientos, los estudios tácticos, vídeos... podíamos estar unas ocho horas al día.

Y claro, tanto tiempo juntas, las unió. Me comentaba Blanca Ares que siguen quedando todavía para recordar aquellos años.

Fueron años muy intensos, sobre todo para las que empezamos desde el principio y acabamos en los Juegos Olímpicos. Eran muchas horas juntas, muchísimos entrenamientos, mucha dedicación. Las más jóvenes convivían en la Residencia Blume y también hicieron una piña grande. Esos cuatro años nos hicieron ser una familia. En el baloncesto, también dentro de los equipos, siempre se crean familias, que es algo muy importante y que te da la fuerza para ganar.

¿Cómo fueron aquellos Juegos de Barcelona?

Una experiencia única. Para cualquier deportista es un sueño disputar unas Olimpiadas y en este caso, encima, pudimos cumplirlo en casa, en Barcelona. Durante muchos años se ha dicho que habían sido los mejores Juegos de la historia. Recuerdo todo con muchísima emoción, pero en especial el desfile inicial: entrar en el Estadio Olímpico con 80.000 personas aplaudiendo. Todavía se me pone el vello de punta cuando lo pienso. Deportivamente, en cambio, lo recuerdo con un poco de pena. Por mala suerte, el partido de China lo perdimos por muy poco y no pudimos entrar entre las cuatro primeras.

De aquella cita dice también que el batacazo del masculino, con el Angolazo, pudo perjudicarlas.

A nivel público, a nivel de reconocimiento fuera del baloncesto, se habló más de los chicos que de nuestro quinto puesto en nuestros primeros Juegos.

De todas formas, en Barcelona 92 quedó el poso de lo que conseguirían al año siguiente con el oro de Perugia 93.

Todo el trabajo previo se plasmó en Perugia, pero antes habíamos ganado el oro en los Juegos del Mediterráneo de Atenas, en 1991, y la plata en la Universiada de Shefield. En Barcelona nos dimos cuenta de que podíamos competir contra cualquiera menos contra Estados Unidos. Llegamos a Perugia en un buen momento físico y de madurez y tuvimos la suerte de ganar ese oro. Entré en la Selección muy jovencita y en mis primeros años apenas podíamos competir, quedábamos siempre las 11ª o 12ª. Gracias a la lucha y el sacrificio, pasamos de quedar de las últimas a llegar a lo más alto. Fue un orgullo, una satisfacción por el trabajo bien hecho.

¿Tenía decidido retirarse tras el Eurobasket o el oro ayudó?

Lo tenía ya un poco decidido. Mi última temporada en el Dorna Godella había sido muy intensa, muy dura. Por suerte ganamos el Mundial de clubes, la Copa de Europa y la Liga. Además, fue justo después de los Juegos de Barcelona. Llevaba años sin tener apenas vacaciones, algunos veranos una semana solo, porque compaginaba el equipo juvenil con el júnior, el júnior con el sénior... Ese año en Valencia fue duro pero lo ganamos todo... y luego también llegó el oro con la Selección. Además me habían entrado ganas de ser madre y se enfrió todo.

¿Ha habido algún equipo español como aquel Dorna Godella?

Salamanca y ahora Valencia han apostado mucho por el baloncesto femenino. Se tardó mucho en conseguir otra Copa de Europa en clubes, igual que se tardó mucho en conseguir otra medalla de oro, pero el trabajo dentro del baloncesto femenino tanto a nivel de clubes como federativo ha sido muy grande.

Sin el Plan ADO y esos cuatro años sin tiempo para nada, ¿se hubiera retirado más tarde?

En aquel momento no se cuidaba tanto ni el cansancio físico ni el mental. Si hubieran cuidado más lo que es la carga, a lo mejor sí que hubiera continuado. De hecho, me quedaba otro año de contrato. Después de tener a Willy y a Juancho, que llegaron muy seguidos, me llamaron para ver si quería volver, pero en aquel momento para mí era más importante la familia.

Ahora la conocen más por ser la madre de los Hernangómez, ¿molesta o es un orgullo?

Soy una jugadora del siglo pasado. Me siento orgullosa porque todavía hay muchos que me dicen que me han visto jugar, se acuerdan de mí a pesar de que en aquella época se televisaba sólo algún partido y tampoco había redes sociales; llegar al público era más complicado que ahora. Cuando me retiré pensaba que no iba a volver a pisar una cancha de baloncesto en la vida y ahora con mis hijos vuelvo a sufrir, pero también a disfrutar muchísimo con este deporte. Me siento superorgullosa de los tres.

¿Lo pasaba peor en el banquillo o viendo a sus hijos desde la grada?

Se sufre más como madre. Como jugadora estás concentrada en la cancha y no ves nada más allá, pero como madre siempre se sufre más. Si alguno de mis hijos no está teniendo suerte o falla una canasta o recibe un golpe... Definitivamente, se sufre mucho más como madre.

Desde 2019, su hijo Willy lleva el apellido Geuer en la camiseta. ¿Lo sabía o fue una sorpresa?

Fue una sorpresa muy agradable y me emocioné muchísimo. Cuando me mandó la convocatoria vi la camiseta con mi nombre y pensé ‘qué selección es ésta’, hasta que me di cuenta de que era la sénior y que mi hijo se había puesto mi apellido. Se lo agradeceré siempre porque la verdad es que en ese sentido las madres lo tenemos peor, porque siempre llevan el apellido del padre. Por eso se lo agradezco mucho.