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Las crisis políticas de Francia y Alemania agravan los problemas de la maltrecha economía europea

• Dec 5, 2024, 4:14 PM
6 min de lecture
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El vacío político en Francia y Alemania, los dos países más grandes e influyentes de la UE, augura problemas para una economía europea ya en crisis. El Parlamento francés ha votado una moción de confianza en contra del primer ministro, Michel Barnier, tan solo tres meses después de ser elegido por el presidente Emmanuel Macron. Es el primer ministro que menos tiempo ha ocupado el cargo en la V República. El presidente Emmanuel Macron se verá ahora presionado para nombrar a un sustituto, e incluso se enfrenta a peticiones de dimisión.

Francia tiene el peor desequilibrio presupuestario de la eurozona

La disputa política que llevó a Barnier al precipicio, sobre el presupuesto anual de 2025, sugiere que ahora será aún más difícil hacer frente a los problemas económicos del país. Con un déficit del 6,2% del PIB, Francia ya tiene el peor desequilibrio presupuestario de la eurozona. El plan de Barnier pretendía subsanar ese prolongado déficit utilizando el plazo máximo de siete años que permiten las nuevas normas fiscales de la UE.

Quienquiera que forme el nuevo Gobierno tendrá ahora grandes dificultades para sacar adelante las propuestas fiscales y de gasto. No puede haber nuevas elecciones hasta mediados del año próximo, y ninguno de los tres bloques de la Asamblea Nacional francesa puede reunir una mayoría.

Muchos en la izquierda han pedido que se deshagan las reformas más amplias del sistema de pensiones, que eran una pieza central de la agenda liberal de Macron; a corto plazo, la ultraderechista Marine Le Pen pedía la costosa política de indexar las pensiones en función de la inflación. Peor aún, la crisis de París se suma al malestar de la otra potencia económica y política de la UE: Alemania.

Alemania, el mayor miembro del bloque con los peores resultados económicos

El año que viene, el mayor miembro del bloque será también el que obtenga peores resultados económicos: Según las previsiones de la Comisión Europea, Alemania crecerá un 0,7% el año que viene, tras contraerse en 2024.

Y Berlín se enfrenta a sus propios problemas políticos. La coalición tripartita en el poder se derrumbó en noviembre, tras los desacuerdos sobre política fiscal entre el líder socialista Olaf Scholz y su ministro liberal de Finanzas, Christian Lindner.

Scholz ha convocado elecciones anticipadas para febrero. Durante este caos de gobernanza, Berlín no ha enviado a la UE ningún plan sobre cómo abordará su déficit en los próximos años, a pesar de haber liderado la petición política a Bruselas de normas fiscales estrictas. El sombrío panorama económico europeo no tiene visos de mejorar.

La inestabilidad de la política exterior alemana

Las relaciones con China, su principal socio comercial, son cada vez más frías, ya que la UE trata de "desmarcarse" de un enemigo geopolítico cada vez más importante.

La promesa electoral del Presidente de EE.UU., Donald Trump, de imponer aranceles del 10% a los productos europeos supondrá un nuevo quebradero de cabeza, al imponer un coste económico directo a los exportadores de la UE y una difícil decisión a los dirigentes nacionales sobre cómo tomar represalias. La amenaza de una agresión rusa y el posible abandono de la OTAN por parte de EE.UU. también obligarán a Europa a recurrir a sus bolsillos para invertir en Defensa.

La competitividad de la economía europea flojea

Y el vacío político amenaza con obstaculizar los esfuerzos más amplios para hacer frente a la atonía de la economía europea. En los últimos meses, dos ex primeros ministros italianos, Draghi y Letta, han lanzado sombrías advertencias sobre la competitividad europea, muy superada por la estadounidense.

Pero con escasas orientaciones de París y Berlín, las dos capitales consideradas motores del proyecto europeo, no está claro si sus propuestas de solución serán tenidas en cuenta. Draghi y Letta han propuesto algunas ideas políticamente difíciles: endeudamiento común a través de eurobonos, creación de mercados de capitales o un nuevo fondo de inversión paneuropeo que iguale las cuantiosas subvenciones estadounidenses a la tecnología verde.

En la práctica, estas ideas podrían implicar compartir riesgos con otros gobiernos, aumentar las contribuciones financieras a Bruselas, reformar los sistemas de pensiones o eliminar los organismos nacionales de vigilancia financiera. Se trata de una mezcla política tóxica para cualquier Gobierno nacional, y menos aún para un Gobierno fatalmente debilitado.