Fernando Romay: “Cuando vi a Tkachenko me sentí engañado”
El tío más grande de la generación del 59, esa que tanto le ha dado a la canasta nacional, es gallego y se llama Fernando Romay. El pívot fue durante más de una década y media el techo del Real Madrid y de la Selección con sus 2,13 m, un jugador fundamental en el despegue del baloncesto español. Tanto, que un día el gran Juan Corbalán lo señaló como la pieza decisiva para ese gran salto. Partícipe en la plata olímpica de 1984, con tapón incluido a Michael Jordan en la final, el pívot se colgó también la plata del Eurobasket 83, celebró dos Copas de Europa de blanco, ocho Ligas, cinco Copas, tres Recopas, una Korac y tres Intercontinentales. En 1995 se retiró en Zaragoza, pero ya había abierto otra puerta, la de la televisión. Nunca ha dejado de colaborar con fundaciones y siempre ha promocionado el baloncesto, para él, “un estilo de vida”.
Tercera promoción del Hall of Fame, la del centenario de la FEB, y Fernando Romay es protagonista. ¿Le llena el reconocimiento?
Sí, muchísimo, por varios motivos. Primero, por el apoyo de la FEB y del comité de elección. Segundo, porque es un año especial, el del centenario, y me hace gran ilusión que se acuerden de mí en una fecha tan señalada.
Hace un año Juan Corbalán le contaba a AS que el jugador que permitió a España dar el gran salto en los 80 no fue ni él, ni Fernando Martín, ni Epi, sino usted.
Juanito es un hombre con muchísimos aciertos en la vida, pero su efectividad no es del cien por cien. Agradezco esas palabras, pero… no. Me he considerado siempre un jugador de equipo y mi entrada en el Hall of Fame la entiendo como una valoración de esa figura, una manera de prestigiarla. Sin el grupo que tuve a mi lado en el Madrid y en la Selección, no hubiera sido nada. Aprendí un montón de gente como Epi, de su constancia en el trabajo; de Iturriaga, del talentazo que tiene para todo lo que hace, como aún demuestra cada día; de Corbalán, al que le decían el Von Karajan del baloncesto, pero más que eso lo veo como un director de vida; de Josep María Margall, paradigma de la cantera del Joventut de la que muchos años después salió Rudy Fernández, capaz de envejecer y seguir siendo determinante porque tiene esa misma calidad baloncestística de Margall. Si llegué a algo fue por ellos y por muchos otros.
Subraya lo de jugador de equipo, que va ligado al trabajo. Sin embargo, siempre se resaltó de usted otra cosa, su altura, sus 2,13 m, como si lo hubiera tenido más fácil.
A mí me engañaron. Cuando llegué al Madrid en 1974, con 14 años, a punto de cumplir 15, me dijeron que era la leche de alto, que iba a ser fundamental, hasta que un día, ya con la Selección en categorías inferiores, me voy al Europeo júnior de 1976 en Santiago (España fue bronce) y, de repente, concentrados en el colegio mayor Fonseca, veo a un tipo enorme: Vladimir Tkachenko, que venía de los Juegos Olímpicos de Montreal, con sus 2,22 m y una camisa naranja fosforito infumable en cualquier momento. Me impactó y pensé: “Me habéis engañado, cabritos. Yo venía aquí de alto y resulta que al lado de él soy una mierda de tío”. Y luego veías a los yugoslavos, a los polacos… y me sentía el bajito de los altos. Eso me hizo cambiar un poco la mentalidad, me di cuenta de que tenía que trabajar mucho, muchísimo, que solo con la altura no iba a llegar a nada. Podemos decir que empecé engañado.
Su infancia fue feliz, ha contado, pero baloncesto hubo poco, ¿no?
Nada hasta los 12 años, cuando se cruzó en mi vida de forma ocasional. Un chaval, que jugaba en el Bosco de A Coruña, vino a mi colegio y al verme me dijo: “Tío, tú tienes que jugar al baloncesto”. Y así fue, me cogió el entrenador del Bosco, Manolo Mequerle, y puso por primera vez en mis manos un balón y todo cambió para mí. Y de ahí al Madrid en un año y pico sin haber tenido ni ficha con el Bosco. En Madrid hice la prueba más surrealista de acceso que se recuerda, no creo que nadie la hiciera peor que yo; pero comencé en seguida a trabajar para hacer realidad todas las expectativas que los demás habían creado con respecto a mí sin que aún hubiera demostrado nada. Una de las máximas de mi vida viene de aquello, eso de conseguir que la gente crea en tus capacidades.
¿Cómo fue su evolución partiendo de cero?
Rápida, no me quedaba más remedio. Esa necesidad que yo sentía que tenían de mí me motivaba, lo hacía que creyeran en mi potencial, empezando por los entrenadores de la cantera, Tomás González y Rafa Peiró, y siguiendo por los del primer equipo, tanto Lolo Sainz, cuando se fue Pedro Ferrándiz, como Ramón Guardiola, que trabajó muchísimo conmigo para perfilar el leño que tenía delante. También Paco López, el preparador físico, que se esforzó en que ese cúmulo de posibilidades se transformase en alguna realidad.
¿Sentía presión por no defraudar?
Ni a propios ni a extraños. Todo el mundo me decía que yo podía, que yo debía, que yo tenía que llegar y pensaba: “Pues vale, lo intentaré”. Tuve que comerme pasos a bocados sin saber exactamente lo que estaba haciendo y por qué. Era como un potro desbocado intentando llegar a una meta que no sabía del todo dónde estaba; pero también iba cumpliendo expectativas y eso me alentaba.
¿Y aquel Romay ya era como ahora, un tipo bromista que tiraba de humor?
Sí, pero en parte como un mecanismo de defensa, aunque como llegué muy pronto, con 14 años, mi personalidad me la fueron forjando todas las personas que iría conociendo, aunque tampoco les voy a echar la culpa de todo lo malo (suelta una carcajada).
Hábleme de aquellos años, de su desembarco en la capital.
Pues llegué y me instalé en una pensión en la Ciudad Universitaria, porque el Madrid, entonces, no tenía residencia como ahora. En mi primera temporada, no había nadie nacido en 1959, todos eran dos o tres años mayores. Estaban José Manuel Beirán, Arturo Seara, Vicente Lafuente, José Antonio Choya… gente del júnior que llevaba varias campañas. La convivencia la recuerdo tan buena como dura, porque era muy joven y me sacaron de mi entorno para vivir una nueva experiencia. Inicialmente no fue fácil, pero los compañeros me ayudaron.
¿Y qué hay del primer contacto con el vestuario del primer equipo?
Todo venía rodado de antes, no irrumpo de golpe. Por ejemplo, hacía técnica individual justo antes de que entrenaran ellos y ya teníamos contacto. Me cogía el segundo entrenador, Ramón Guardiola, y cuando terminaba se ponía con el primer equipo. Trabajaba y estaba cercano a ellos, cuando subí desde el júnior, tras dos años de juvenil, me di cuenta de que cambiaba la categoría, pero la diferencia en el vestuario no era tan grande. En esencia era lo mismo, se transmitía que formábamos todos parte del Real Madrid. Me integré con el primer equipo en la 76-77 como júnior (18 años), porque había dos fichas destinadas a ello.
A partir de ahí todo se acelera, ¿no? El debut con la Selección…
Sí, en 1979. El Madrid lo que había hecho, como tenía una generación, la del 59, con grandes jugadores, es formar un equipo B, el Tempus, en el que estuve con Llorente y llegamos a dejar fuera al Madrid de la final de la Copa del Rey, lo que aceleró el relevo generacional. Llorente y yo entramos al primer equipo, Iturriaga ya estaba, y más tarde lo hizo Del Corral.
Una aceleración constante hasta el boom de los 80, que no tuvo parangón. La generación de Gasol ha ganado muchas más medallas, es incomparable, pero el reconocimiento social de ustedes en aquella época quizá ni siquiera lo hayan tenido ellos.
Desde los Juegos de 1984 la notoriedad se disparó, aunque viniera de antes. De hecho, recuerdo que nos metimos en la final del Eurobasket 83 contra Italia y, como coincidía con la final de Copa de futbol entre el Madrid y el Barça, cambiaron el horario, no el nuestro, sino el del fútbol, y eso fue algo que daba uno poco la medida de nuestra importancia en aquellos años. Ahora sería imposible, fue la repera. En España había un ambiente muy probaloncestístico.
¿Le llegó a agobiar la fama con ese estallido del baloncesto y la Selección, que le reconocieran en todo lugar y en todo momento?
Quizá mi caso sea distinto al de otros jugadores, porque a mí la gente en la calle me ha mirado desde siempre. Soy un tío guapo…, bueno, y alto también (se ríe). Hay cosas peores, como que te ignoren. Yo lo llevaba muy bien, y creo que, en general, el resto también.
Si nos centramos en la pista, ¿qué partidos se le han quedado grabados?
Muchos: la rivalidad con el Barça, las finales con un Joventut en crecimiento, los duelos con otros equipos pujantes como el Granollers de Creus, los partidos en Manresa, en Huesca, ante el CAI Zaragoza, donde José Luis Rubio hizo una increíble labor por el baloncesto maño y su cantera. Nutrió a la Liga de jugadores. Empezaron a formarse muchas culturas del baloncesto, y aquí me acuerdo de todos aquellos presidentes que lucharon por nuestro deporte en su ciudad y sus clubes: Juan Fernández, Rubio, Novoa… y tantísimos más.
En lo individual, la 86-87, la de la marcha de Fernando Martín a la NBA y la de la final memorable ante la Cibona de Petrovic en la Copa Korac, ¿ha sido su mejor temporada?
Sí, porque fue cuando el equipo más me necesitaba, también en ataque, no había nadie y me tocó sacar pecho pollo y dar un paso adelante.
Contaba antes el impacto de su primer encuentro con Tkachenko y luego…
Sí, tuvimos una carrera en común. A veces le mando zapatos, con Biriukov como enlace, algún par de los que me hacen a medida, incluso si me quedan un poco pequeños, porque yo calzo un poco más (un 56 frente al 54 de Tkachenko). Los pívots nos rozábamos mucho, y eso hace el cariño (suelta otra carcajada), había más contacto porque el campo se hacía más pequeño sin la línea de tres, estábamos metidos en la cueva. También recuerdo la rivalidad en el tiempo con Audie Norris, una relación de amor y odio importante, creo que entonces en el baloncesto había romanticismo. Nunca se me olvidará cuando desgraciadamente falleció Fernando Martín (diciembre de 1989), las lágrimas de Audie llegando a la Ciudad Deportiva del Real Madrid, donde estaba el féretro con el equipo velándolo. El abrazo que le di… un momento tremendo, sentimiento de compañerismo que manaba por encima de todo. La gente se sorprendía de que después de algún partido, incluso de playoff, en el que nos las teníamos muy tiesas estuviéramos tomando algo y comentando el duelo. Lo que había entre nosotros era un sentimiento de rivalidad, no de enemistad.
¿Por eso funcionó la Selección? A los Juegos de Los Ángeles 84, por ejemplo, se llegó con la retirada del Barcelona de la final de Liga tras las sanciones por la pelea entre Iturriaga, Mike Davis y Fernando Martin.
Sí, por eso y porque había una persona, Antonio Díaz-Miguel, que hacía que todo encajara, que mantuviéramos ese sentimiento los unos con los otros. Lo de La Familia de ahora, en realidad, empezó con nosotros gracias a Antonio y su concepto de Equipo Nacional. En sus polos siempre ponía entrenador del Equipo Nacional, nunca seleccionador, porque él lo que quería era un equipo. Y ahora es La Familia. La rivalidad en los clubes se llevaba al máximo, todo era cuestión de piel, sangre y sentimientos, que no se han borrado con el paso del tiempo. Seguimos quedando y nos arropamos, hace poco nos ha visitado Walter Szczerbiak, que presentaba su libro.
Habla de Walter, ¿quiénes fueron los jugadores de fuera que más le marcaron?
Muchísimos, pero si tuviera que elegir uno por su grado de implicación diría que Mirza Delibasic. Me acuerdo, claro, de Walter, de Randy Meister, que aportaron una barbaridad y se hicieron jugadores dentro del Real Madrid, casi crearon una escuela.
¿Y cómo vivió la situación con Drazen Petrovic, fichado en 1986 para que jugara en la campaña 88-89 tras años como adversario y ‘enfant terrible’?
El problema de Drazen es que para nosotros el Real Madrid era el todo, lo anteponíamos casi a cualquier otra cosa, y para él solo era un medio para alcanzar otras cotas, de ahí que se creara un cortocircuito. Si él hubiera pensado que el Madrid era el todo, quizá hubiera sido otro Delibasic, porque cualidades poseía de sobra.
De los partidos decisivos, ¿alguno se le ha quedado especialmente grabado?
Mira, me acuerdo mucho de la Copa del Rey que ganamos en 1993 por varios motivos. Fue en A Coruña, mi ciudad, en mi última temporada en el club cuando ya sabía que no iba a seguir y con Sabonis de compañero.
¿Cómo gestionó su marcha del Real Madrid?
La decisión la tomamos entre el directivo Mariano Jaquotot (fallecido un año después por enfermedad con solo 44 años) y yo. Otras personas quisieron sacar partido de lo que suponía que yo dejara el Real Madrid, pero lo tenía hablado con Jaquotot porque quería seguir jugando un par de años más. Tenía promesas que cumplir. Juan Fernández trató de ficharme para el OAR Ferrol, me decía que debía jugar en Galicia y se lo prometí. Y también varios jugadores le dijimos a un delegado federativo, tras ganar la plata en el Eurobasket júnior de Roseto (1978), que jugaríamos en su club, era José Luis Rubio y el equipo el Zaragoza. Y así ocurrió, estuve una temporada en el OAR (93-94) y la siguiente en Zaragoza y me retiré en 1995 con las promesas cumplidas. Hasta ahí habíamos llegado. En la Selección, mi último partido fue en la preparación de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, Díaz-Miguel decidió que los dos últimos descartes fuéramos Fernando Arcega y yo.
Y no salió bien, los Juegos fueron un fracaso.
Ni Arcega ni yo lo deseábamos, hubiéramos preferido un éxito en una cita tan importante y darle la razón a Díaz-Miguel. Y, por cierto, en mi puesto entró Santi Aldama, el padre.
¿Las lesiones condicionaron su adiós?
Siempre influyen, pero con treinta y pocos años te ves aún capaz de muchas cosas. Tienes la posibilidad de salir adelante, aunque yo quería sentirme muy válido. Siempre he dicho que te debes ir de los sitios previamente a que te echen. Si lo haces bastante antes, pierdes oportunidades y si esperas a que te echen, es que sobrabas desde hace un tiempo. Así que yo intenté marcharme un poquito antes de empezar a sobrar y creo que lo hice bien, al menos en conciencia.
"Ante este tío es imposible”, ¿recuerda haber pensado eso?
Hay buenos jugadores, muy buenos, extraordinarios y los hay que han cambiado este juego, y entre ellos a mí me tocó Arvydas Sabonis. Mi sentimiento con él era una mezcla de envidia y fascinación. Envidia por cómo jugaba, por su movilidad, por sus capacidades, su talento… Era adorablemente fascinante, lo que te provocaba una envidia asquerosa, y lo digo aquí públicamente (ríe abiertamente). Lo repito: tengo asquerosa envidia de Sabonis.
En su último año en el Madrid pudo jugar con él y compartir vestuario.
Sí, de hecho, la envidia fue mucho más grande (nueva carcajada). Si te alucinaba enfrentarte a él dos, cuatro o seis veces al año, imagine entrenar con él todos los días. Ahora que me lo has recordado y pienso en él, veo que sigue estando latente en mí ese sentimiento. Si el jodío era hasta guapo.
Cuando se retira, se embarca en la aventura del fútbol americano, en los Panteras de Madrid, ¿qué fue aquello?
Folclore más que otra cosa, fue por seguir haciendo deporte, estar dentro de un equipo, por seguir duchándome con un montón de tíos a la vez (risotada), que era lo que había hecho toda mi vida.
Era archipopular entonces, tanto o más que cuando jugaba, empieza a aparecer en televisión...
Sí, Emilio Aragón me dio la oportunidad, cuando todavía jugaba en el Madrid, en mi último año. Los lunes por la noche, en directo, tenía un programa que se llamaba ‘Noche, noche’ y me cogió para hacer algunas secciones. En el Madrid me preguntaron por la conveniencia de hacerlo, pero les dije que entraba dentro de mi ámbito privado. Así comencé y luego estuve en verano presentando el `Qué me dices’ y haciendo otras cositas, cuando me llamaban decía que sí, todo lo que podía ser divertido quería hacerlo.
¿Es cierto que hacer televisión engancha?
Sí, a mí me apasiona, también la radio. Poder comunicar, decir y estar con la gente en su casa es increíble, sobre todo, llevarles entretenimiento. Para tristezas ya están los Telediarios, me gusta ayudar a que la gente se divierta. Siempre que me propongan cosas, intentaré hacerlas, y más si conllevan una función social. Ahora estoy con 65YMÁS, con que se valore a los mayores. En la Federación también llevo un montón de años colaborando y lo que me queda aún por hacer por los chavales y por llevar al baloncesto a más sitios, porque este deporte es un estilo de vida.