Vicente Sanchís: "Jordan nos dijo que le pitamos bien"
Vicente Sanchís (Barcelona, 1947) dedicó 40 años al mundo del silbato como árbitro y comisario. Colegiado internacional desde 1984, dirigió la histórica semifinal olímpica entre Estados Unidos y la URSS en los Juegos de Seúl 1988 y fue el primer español en la final de un Mundial (URSS-Yugoslavia en 1990). Asesor Técnico Arbitral de la FEB entre 1998 y 2017, dirigió encuentros en Juegos Olímpicos, Mundiales, Eurobaskets, Copas de Europa... En el 25 aniversario de la ACB, los 34 árbitros de aquella temporada le eligieron entre los cinco mejores colegiados en la historia de la Liga.
¿Qué significa para usted ingresar en el Hall of Fame del baloncesto español?
Es una pregunta muy difícil… pero muy fácil. Es difícil porque para llegar aquí he tenido que luchar bastante y es fácil porque es el colofón a toda una carrera. Un sentimiento que no te esperas. Estoy agradecido por la gente que ha creído en mi trabajo. Y también tengo satisfacción por haber llegado al máximo dentro del baloncesto.
¿Y para el arbitraje español que significa que se ponga a los árbitros a la misma altura de jugadores, entrenadores, directivos…?
Mucho. Es un problema que habíamos denunciado muchas veces. No es algo nuevo. Cuando yo empecé hace muchos años, ya lo decíamos: ‘¿por qué el arbitraje no es considerado, al menos, algo más? A un árbitro nunca se le ha considerado tan atleta como a ellos y yo (y el resto de mis compañeros) hemos entrenado cada día. Gimnasio, viajes durante la semana, responsabilidad… y nunca ha sido valorado.
Antes de coger el silbato, fue jugador. Una lesión en el tendón de Aquiles le impidió seguir.
Básicamente fue eso. Jugué hasta los 27 años. Me quedé sin padre a los nueve y, desde ahí, tuve que hacer prácticamente mi vida yo solo. Éramos cuatro hermanos, todos pequeños, y todos teníamos que trabajar para traer dinero a la casa. Era el tiempo del hambre. Tenía que hacer algo. En esa época no había clubes privados: o estabas en la escuela o te tenías que apuntar, al menos en la zona donde yo vivía, a la Falange. En mi colegio había un profesor del Frente de Juventudes que montó un equipo y me dijo que si quería jugar por mi carácter o por mi forma de ser. Y yo encantado de la vida. Así empecé.
¿Cómo se definiría como jugador?
Era leñero. Era de defensa. Llegué jugar en L’Hospitalet, en lo que hoy es la LEB Oro. Con 17 años. Disputé un torneo contra el Madrid, que lo dirigía Lolo Sainz, en Llançà. Defendí a Emiliano. Me dijo mi entrenador: ‘Vicente, hoy vas a defender a Emiliano’… a los cinco minutos ya nos había metido 10 puntos. Tras eso, me cogió de los hombros mi entrenador y me dijo ‘ya has hecho lo que tenías que hacer, ahora siéntate’. Metió las canastas que quiso, mientras yo le miraba con los ojos nublados de admiración. Disputé una fase de ascenso a la ACB y fallé la última canasta contra el Breogán…
¿Y cómo árbitro?
Para serlo debes tener una vocación terrible y más en esa época. He visto pasar gente mucho mejor que yo y que nunca triunfó. Otros como yo, que era del montón, con ilusión, ganas dedicación, íbamos hacia arriba. Nunca pensé que llegaría. Empecé a los 27 años con los infantiles, cadetes… tuve que hacer cursos de adelantamiento porque a los 32 estaba pitando la final Real Madrid-Barcelona.
¿Cómo decide ser árbitro?
Mi hermano fue árbitro, pero no tuvo suerte. Él, cuando dejé el baloncesto, me llevó al colegio de árbitros. Y no sé si estaba preparado o no, pero dentro estaba toda la plana mayor de colegio catalán. Todos me habían pitado. Me dijeron que les gustaría que fuera árbitro, ‘pero si me he cag… en todos vosotros’, contesté. Su respuesta fue que los que más se meten con los árbitros, eran los mejores para el puesto. Al final, me apunté, pero con la condición de que si en dos temporadas veía que no funciona, me marcharía. Salí con el carnet, no hice ni cursillo.
Desde 1975 estuvo vinculado al arbitraje, desde la cancha pero también como asesor del colectivo arbitral y Técnico de la FEB. Imagino que el cambio desde sus inicios al final de su carrera fue grande tanto a nivel de juego como de arbitraje.
El cambio fue muy grande. Cuando ya entré en la FEB éramos autodidactas. No teníamos casi ni reglamento. Técnica de arbitraje, psicología nada. Criterios, el que cada uno quería. El cambio que hizo Ángel Sancha, que yo lo viví, fue enorme. Redujo la cantidad de árbitros. Tuvo el valor de coger a gente joven. Cambio el arbitraje. Nos reuníamos entre nosotros, se hablaba con la FIBA, se traían árbitros internacionales para darnos charlas, concentraciones antes de empezar la temporada… Había que cambiar, porque el baloncesto cambiaba. Y nosotros nos quedábamos obsoletos, muertos. Y él dijo basta. E hizo todo lo posible para que estuvieramos arriba.
Usted arbitró a jugadores como Fernando Martín, Petrovic, Audie Norris... ¿fácil no sería?
Le diría que al contrario. Hay una especia de malentendido con los árbitros dentro de la pista, que somos unos dictadores y eso no es cierto. El árbitro de mi época era dialogante. Sin faltar respeto, sin decir tonterías, sin poner malas caras… Se adelantaba a lo que podía ocurrir. En más de una ocasión, cuando un partido se ponía fuera de lo normal, me dirigía a los jugadores para que no fueran por ese camino. Les decía que no me hicieran enfadar, que no tenía ganas.
¿Se ganó el respeto de los jugadores?
Sí. Fue parte de mi éxito.
Y también pitó a Michael Jordan en el All Star de la Liga ACB.
Sí. Víctor Mas y yo. Fue excelente. La gente lo miraba como a un ídolo, pero vino al partido sabiendo que venía a ofrecer un espectáculo. No como un divo ni como nada. Tengo fotos con él. Nos dijo que le habíamos arbitrado bien.
¿Recuerda algún entrenador que le haya incordiado más?
Todos. En aquella época había entrenadores que sabían su oficio y hasta donde podían llegar. Ricardo Hevia (Breogán, Ferrol, Murcia...) era un carácter en la pista, pero cuando pasaba por su lado y le decía que el cupo de su virilidad se había terminado, lo entendía y dejaba de hacerlo. O Manel Comas, lo mismo. Lolo Sainz era un coñón.
Imagino que las semifinales de los Juegos de Seúl 1988 tendrán un huquecito en su corazón...
Es como el reconocimiento que me van a dar ahora. Cada fase en la vida tiene lo suyo. Cuando empiezas como árbitro, igual que pasa como jugador, no piensas hasta dónde puedes llegar y cada vez que consigues una pequeña meta, es un grato recuerdo. Nunca había pensado en estar en Primera División ni arbitrar un Madrid-Barça por el título. Pasé a internacional. Sin más, me dan la final de Copa de Europa femenina. ¡Si hace un año que soy internacional! Pues otra cosa. Y luego, ese mismo año, voy al Europeo de Grecia (1987). El Grecia-URSS de la final (de 1987) representó para mí muchísimo. Estaba loco de contento. ¡Si estaba medio cojo acabando de jugar y ahora estoy pitando estas cosas! ¿Cómo ha sido esta progresión? ¿Por qué he llegado hasta aquí? ¿Qué ha pasado? Y desde ahí, a unos Juegos. Y, ¿quién había ido a una Olimpiada en esa época? Prácticamente nadie.
Cuando (Borislav) Stankovic (secretario general de la FIBA entre 1976 y 2002) me dijo que iba a dirigir el URSS-Estados Unidos (semifinales de los Juegos de Seúl 1988), no me encontré las piernas en toda la noche. Me salió un gran partido, tanto que hasta la delegación de Estados Unidos pidió permiso a Stankovic para felicitarnos a mi compañero y a mí.
Tengo entendido que guarda los silbatos que ha utilizado en las final.
Sí. Bueno, en verdad los rompía para que nadie más los utilizará y me los quedaba. Fue porque un compañero me pidió el silbato de una final y le dijo que no, que este se iba conmigo… y más en aquella época que conseguir uno era muy difícil. Llegamos a utilizar silbatos de la policía italiana. Nos los traían los árbitros italianos para nosotros. También los de los bobbies ingleses. Y cuando Hernández Cabrera fue a pitar a China y trajo los de allí, aquello fue el nova más. Eran la joya de la corona. También tengo 13 balones de finales.
¿Echa de menos el silbato?
Hay momentos que sí (ríe). Cuando has terminado tu carrera, lo mejor es parar y cuenta nueva. No hay necesidad de continuar.