Hungría: el enfermo de Europa

En los alrededores del lago Balaton, una zona conocida turísticamente al oeste de Hungría, Ivett Korosi se enoja cuando echa una mirada a los precios de las cartas de los restaurantes. “Por un plato de carne rebozada con patatas, lo más popular de Hungría, y una bebida se paga 8.000 florines, unos 20 euros”, exclama esta periodista de 37 años. Hace tres años, antes de que la economía húngara se desplomara y la inflación estallara, rondaba los 5.000 florines, unos 12 euros en la actualidad, pero menos de 10 entonces. “Es un verdadero lujo comer fuera; ni los locales mediocres bajan de esa suma”, explica Korosi, visiblemente molesta: “La precariedad económica se ha vuelto un tema de conversación común; incluso, familias de clase media se quejan de que gastan mensualmente mucho más que hace unos años, lo que les ha obligado a recortar gastos y pequeños caprichos que antes eran normales”, afirma. “Y en Hungría hay muchas personas viviendo sin ningún tipo de ahorros”, recalca.
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