Las claves: la reducción de emisiones choca con otras necesidades más ‘urgentes’

La emblemática Porsche ha decidido dar un giro de 180 grados en su estrategia: la filial del grupo Volkswagen ha descartado la producción de un futuro SUV eléctrico y redoblará su apuesta por los coches de combustión, en un cambio que le puede costar unos 1.800 millones de euros en este ejercicio, según sus propios cálculos. El nuevo rumbo, que sonaría distópico hace unos años, llega paradójicamente en el día sin coches, dentro de la semana europea de la movilidad, y tan solo unos días después de que la Unión Europea solo llegase a acordar una “declaración de intenciones” respecto a sus objetivos de emisiones, después de que pesos pesados como Francia, Alemania, Italia y Polonia rechazaran recortar un 90% la generación de gases de efecto invernadero. Con todos sus aristas y factores, y dadas las evidentes particularidades del lujo, el caso de Porsche no es más que la punta del iceberg de una tendencia cada día más evidente: la voluntad política y empresarial para afrontar el cambio climático es cada vez menor, y los vientos que soplan del otro lado del Atlántico no hacen más que agravar la tendencia. El mensaje es claro: hay otras cuestiones más urgentes.
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