Nadie se quiere quedar fuera del dinero digital, sea cual sea

Los caminos de los criptoactivos, los bancos centrales y los sistemas privados de pagos llevan unos pocos años entrelazados, consciente el sector financiero de que muchas de las operaciones monetarias que haremos en nuestro día a día de 2030 nada tendrán que ver con las que hacíamos en 2015. Esta transición, que se antojaba paulatina, ha tornado en una carrera por colocarse al frente de la parrilla de salida. El detonante ha sido un elemento exógeno, el auge de las stablecoins (criptoactivos ligados a una moneda tradicional) estadounidenses, que tienen soplando tras sus velas al mismísimo presidente. La explosión de este mercado ha despertado recelos en el BCE ante el riesgo de que los europeos usen monedas que nada tengan que ver con el euro (de hecho, la autoridad monetaria trabaja en el euro digital desde que Facebook propusiera Libra, la stablecoin primigenia). El giro geopolítico de EE UU también ha puesto en alerta a un continente consciente de que los sistemas de pagos europeos dependan de empresas estadounidenses.
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