Las inversiones de riesgo deben ser las más transparentes

La comercialización al por mayor de productos financieros de cierta complejidad no es un asunto que tienda a terminar bien. Si un producto financiero es difícil de explicar al ciudadano de la calle, o bien se le acaba vendiendo una versión de segunda fila de dicho producto o bien compra algo que no sabe muy bien qué es. O, a veces, un poco de cada cosa. Lo que lleva a la decepción o, en el peor de los casos, a conflictos de interés. Los ejemplos, desde los productos estructurados a los fondos inmobiliarios o las hipotecas en divisas, son abundantes. La normativa europea MiFiD marcó un terreno de juego más o menos claro: los inversores institucionales se protegen solos, y hay que vigilar que los particulares inviertan en cosas que entienden y que sean adecuadas para su perfil.
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