Cómo detectar y prevenir el acoso escolar: señales que no debe ignorar

Con el inicio del curso escolar a la vuelta de la esquina, muchos padres se sienten aliviados con el retorno a la normalidad para los pequeños de la casa, muchos de los cuales regresan con ganas de ver a sus amigos, jugar y divertirse. Sin embargo, lo que para unos es una grata experiencia, para otros supone un infierno.
Los insultos, los rumores, el aislamiento, las agresiones físicas y los mensajes dañinos que circulan también a través del móvil forman parte del día a día de miles de estudiantes en España. El acoso escolar sigue siendo un problema de gran alcance: casi un 10% del alumnado afirma haberse sentido víctima de bullying o ciberbullying, según el último informe elaborado por la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña. A ello se suman los datos del Ministerio de Educación, que reflejan que un 3% de los estudiantes sufre esta violencia de manera cotidiana.
"El bullying es una herida que deja mucha huella. Es un trauma importante porque puede desencadenar muchas situaciones que perjudican las relaciones, los vínculos y la parte emocional psicológica y física", afirma a 'Euronews' la psicóloga María Esclápez.
El fenómeno no es pasajero en muchos casos. Casi la mitad de los episodios se prolonga durante meses y uno de cada cuatro se alarga durante más de un año. Los efectos se traducen en un descenso del rendimiento académico, síntomas depresivos, aislamiento social, una caída en la autoestima e incluso, en los casos más graves, pensamientos suicidas. Aunque el acoso presencial continúa siendo la forma más frecuente, las redes sociales amplían el escenario de hostigamiento más allá de las aulas.
Plataformas como WhatsApp, Instagram o TikTok son espacios habituales en los que se intensifican las agresiones. El informe también advierte de que en torno al 20% de los casos se recurre a herramientas de inteligencia artificial para ejercer violencia, con una mayor incidencia entre los varones.
Especialmente notorio en España fue el caso de una joven en Extremadura, en el oeste de la Península, a la cual la desnudaron con inteligencia artificial usando fotos que había subido a la red social Instagram. La madre contaba en su día que "los montajes son superrealistas, es muy preocupante y una auténtica barbaridad. Me lo contó mi hija con un disgusto tremendo, me dijo: 'Mamá, mira lo que me han hecho'".
Qué es el acoso escolar y cómo detectarlo
El acoso escolar, o bullying, es una forma de violencia que aparece en el entorno educativo y que no debe confundirse con un simple conflicto puntual. Se distingue por su carácter repetido, por el desequilibrio de poder entre agresor y víctima, que suele tener dificultades para defenderse, y por la clara intención de dañar, humillar o excluir.
Las formas que adopta son variadas y no siempre fáciles de detectar. El acoso físico, el más visible, incluye empujones, golpes o la destrucción de pertenencias, habitualmente en espacios poco vigilados. El verbal se manifiesta en insultos, burlas o amenazas, conductas que con frecuencia se normalizan bajo la idea de que se trata de un juego.
También existe el acoso social o relacional, que busca aislar a la víctima, marginarla del grupo o manipular a otros compañeros para que no se relacionen con ella. A ello se suma el ciberacoso, cada vez más presente en edades tempranas, que se produce a través de mensajes ofensivos, difusión de imágenes sin consentimiento o ataques en grupos de WhatsApp y redes sociales.
Signos que no debe ignorar para detectar que su hijo sufre acoso
En muchos casos, los niños no cuentan lo que les ocurre por miedo, vergüenza o falta de recursos para expresarlo. De ahí la importancia de que las familias estén atentas a ciertos indicios: cambios bruscos de ánimo, dolores físicos recurrentes sin explicación médica clara, problemas de sueño, pérdida de interés por actividades que antes disfrutaban, deterioro del material escolar o resistencia repentina a acudir al colegio.
"Si el niño no lo verbaliza, las señales a las que debemos estar atentos son, sobre todo, cambios en el comportamiento, que esté más irritable, triste, o que esté diferente en general", explica la psicóloga María Esclápez, y añade que "muchos menores no cuenta lo que les está ocurriendo por miedo a los abusadores" o porque pueden llegar a "interpretar situaciones de abuso como si fuera su propia responsabilidad".
Por eso, cuando surge la sospecha, los especialistas insisten en que lo primero es escuchar al menor sin juzgarlo ni restar importancia a lo que relata. Es fundamental transmitirle confianza y apoyo, para luego contactar con el centro educativo e informar a los tutores.
El acompañamiento emocional es otro pilar del proceso: los niños necesitan sentir que no están solos, reforzar su autoestima y participar en actividades que los ayuden a recuperar seguridad.
"La soledad obligada fue lo más duro"
Begoña Morales, víctima de acoso escolar, rememora una infancia marcada por un dolor silenciado, tan sutil como devastador. En aquel entonces, nunca llegó a identificar del todo lo que vivía como maltrato, aunque intuía que tampoco se trataba de un juego inocente. Lo único que anhelaba era encajar, ser aceptada, encontrar un lugar seguro entre quienes consideraba sus amigas. Pero ese deseo, tan humano y legítimo, la llevó a normalizar las burlas, a justificarlas, a asumir que quizá las merecía.
"Aprendes a creer que la burla es el precio de tu diferencia, que ser rara significa no tener ni voz ni voto. Y entonces, si quieres sobrevivir, te disfrazas de bufón o te conviertes en el perrito faldero que todos toleran, pero nadie respeta", confiesa con una sinceridad desgarradora.
No fue hasta los 20 años cuando reunió el valor para contarle a su madre lo que había vivido en silencio durante tanto tiempo. Para entonces, la herida ya se había enquistado. Recuerda cómo los profesores miraban hacia otro lado, justificando los abusos como simples "cosas de la edad", mientras ella iba perdiendo, poco a poco, la chispa que siempre la había caracterizado.
Tras finalizar el instituto, decidió dejar atrás su ciudad natal, convencida de que un nuevo comienzo le permitiría sanar. Pero pronto comprendió que las verdaderas cicatrices no se quedan atrás con una mudanza. Las llevaba consigo, como una mochila invisible cargada de miedos, inseguridades y una hipervigilancia constante que le robaba la paz.
Morales reconoce que lo más doloroso fue esa soledad impuesta, no elegida, que se convierte en una condena silenciosa. "Hay dos tipos de soledad", reflexiona: "La escogida, que hoy disfruto con libertad, y la obligada, que pesa como una losa". Esa sensación la llevó a esconder quién era en realidad, a disimular sus rasgos más auténticos, hasta llegar al punto de repudiarse. "Lo más grave fue cuando llegué a aborrecerme a mí misma", confiesa.
Con el paso del tiempo, y gracias al acompañamiento terapéutico, Begoña pudo ponerle nombre a lo que había vivido: un tipo de maltrato psicológico, sutil pero corrosivo, que suele camuflarse en la rutina escolar. "Llamar a las cosas por su nombre, aunque nos incomode, nos permite poner orden y empezar a sanar", subraya.
Hoy, con 30 años, Begoña se siente orgullosa de la mujer que ha llegado a ser. Una mujer libre, consciente de su valor, que ha hecho las paces con sus rarezas y que cultiva vínculos sanos, desde la autenticidad. "He aprendido a abrirme al mundo sin esconderme, queriendo cada una de mis diferencias", afirma con determinación.
Y lanza un mensaje firme, cargado de esperanza y responsabilidad colectiva: "Está en nuestras manos no mirar hacia otro lado. Hablar, visibilizar, denunciar. Solo así evitaremos que más personas queden atrapadas en el silencio y el olvido".
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