Las nuevas amenazas arancelarias de Trump llevan la lucha comercial entre UE a EE.UU. a un nuevo asalto

El pasado fin de semana, Ursula von der Leyen hizo algo que rara vez hace: escribió un artículo de opinión defendiendo una de sus políticas más emblemáticas.
"Sólido aunque imperfecto" fue como la presidenta de la Comisión Europea eligió describir el acuerdo comercial que ella personalmente alcanzó con Donald Trump a finales de julio. Fue una admisión parcial de la derrota, reconociendo el descontento causado por el doloroso arancel del 15% impuesto a la gran mayoría de los productos de la UE con destino a Estados Unidos.
El resto de la columna, publicada en varios periódicos europeos, se dedicó a destacar el mayor -y quizá único- beneficio del acuerdo: poner fin al enfrentamiento a ambos lados del Atlántico, que consume energía y acapara titulares. Con todos sus defectos y escollos, debía suponer un punto y final.
"El acuerdo es una elección calculada: la elección de la estabilidad y la previsibilidad frente a la escalada y la confrontación", argumentaba. "Una represalia arancelaria de la UE podría desencadenar una costosa guerra comercial con consecuencias negativas para los trabajadores, los consumidores y las industrias europeas".
"Frente a la escalada, sin embargo, un hecho no cambiaría: EE.UU. mantendría su régimen arancelario impredecible y más elevado".
Menos de 24 horas después de la publicación de su tribuna, con una sincronización tan aguda que parecía calculada, Trump tomó las redes sociales para desmantelar el argumento central de Von der Leyen de "estabilidad y previsibilidad", amenazando con una nueva serie de aranceles punitivos.
"Puse sobre aviso a todos los países con impuestos, legislación, normas o regulaciones digitales de que, a menos que se eliminen estas acciones discriminatorias, yo, como presidente de Estados Unidos, impondré aranceles adicionales sustanciales a las exportaciones de ese país a EE.UU., y adoptaré restricciones a la exportación de nuestra tecnología y chips altamente protegidos", escribió.
"Estados Unidos y las empresas tecnológicas estadounidenses ya no son ni la 'hucha' ni el 'felpudo' del mundo", dijo. "Muestren respeto a Estados Unidos y a nuestras increíbles empresas tecnológicas o aténganse a las consecuencias".
El "aviso" no menciona a la UE ni a ningún país u organización. Pero dada la posición de liderazgo mundial del bloque en el control de las grandes empresas tecnológicas, el subtexto era ineludible.
Era el tipo de amenaza con la que los funcionarios de Bruselas han tenido que lidiar desde el regreso de Trump a la Casa Blanca: de gran alcance, caprichosa y profundamente ominosa.
Pero, a diferencia de las amenazas anteriores, que se consideraban tácticas retóricas para acumular presión sobre los negociadores, la nueva advertencia era especialmente alarmante porque se producía tras la conclusión del acuerdo comercial, que ambas partes refrendaron formalmente en una declaración conjunta.
A lo largo de las negociaciones, las autoridades estadounidenses habían denunciado repetidamente las normativas tecnológicas del bloque, como la Ley de Servicios Digitales (DSA, por sus siglas en inglés), destinada a combatir los contenidos ilegales y la desinformación en línea; la Ley de Mercados Digitales (DMA, por sus siglas en inglés), cuyo objetivo es garantizar una competencia libre y leal; y la Ley de Inteligencia Artificial, que establece normas para los sistemas de IA considerados de riesgo para la seguridad humana y los derechos fundamentales.
Washington quería que estas leyes estuvieran sobre la mesa y en juego. Bruselas se negó en redondo, insistiendo en que su derecho a regular era una cuestión soberana.
Al final, la declaración conjunta de la UE y EE.UU. incluyó un breve compromiso para abordar las "barreras comerciales digitales injustificadas", pero sólo en el contexto de las tarifas de uso de la red y las transmisiones electrónicas. Las piezas fundamentales de la legislación sobrevivieron, aparentemente intactas.
La soberanía en juego
La Comisión se apresuró a celebrar esta supuesta victoria. "Al celebrar el acuerdo, la UE se mantuvo firme en sus principios fundamentales y se atuvo a las normas que se había fijado", escribió Von der Leyen en su artículo de opinión.
"Nos corresponde a nosotros decidir la mejor manera de garantizar la seguridad alimentaria, proteger a los ciudadanos europeos en línea y salvaguardar la salud y la seguridad. El acuerdo salvaguarda los valores de la Unión al tiempo que promueve sus intereses."
La última amenaza de Trump, sin embargo, sugiere que la victoria podría ser apenas una ilusión.
Su profunda aversión a la regulación digital, que él y sus adjuntos retratan como orientada específicamente contra las empresas estadounidenses y, por tanto, contra los intereses de Estados Unidos, sigue viva y coleando, independientemente de cualquier acuerdo comercial, declaración conjunta y apretón de manos ante las cámaras de televisión.
La formulación de su mensaje deja claro que está dispuesto a ejercer el poder económico de Estados Unidos -en este caso, aranceles y microchips- para obtener concesiones legislativas de jurisdicciones extranjeras que equivaldrían efectivamente a una subyugación.
La estrategia de mano dura se hace eco de la decisión de China en primavera de restringir el flujo de tierras raras, que Von der Leyen comparó con un "chantaje". A pesar de las graves implicaciones, la UE se abstuvo de tomar represalias contra China y optó por el diálogo, la misma estrategia que siguió tras el polémico anuncio de Trump de aranceles "recíprocos".
"Las esperanzas de una línea más suave de Trump en comercio digital tras el acuerdo marco se han esfumado. El apaciguamiento apenas ha durado una semana", dijo Tobias Gehrke, investigador principal de política del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).
"Washington y Pekín están tomando rehenes económicos a diestro y siniestro. Europa lleva mucho tiempo esperando poder mantenerse al margen de ese juego. La UE tiene cartas que jugar, pero aún no se ha atrevido a utilizarlas como palanca".
A la ansiedad en Bruselas se suma un informe de Reuters que indica que la Administración Trump está considerando imponer sanciones a funcionarios de la UE que trabajan en la DSA, una ley que los republicanos han señalado como una herramienta para sofocar la libertad de expresión.
Marco Rubio, secretario de Estado de EE.UU., ha dado instrucciones a su cuerpo diplomático para que ejerza una presión activa contra las regulaciones digitales dirigidas a las empresas estadounidenses.
"Estamos siguiendo con gran preocupación el aumento de la censura en Europa, pero no tenemos más información que ofrecer en este momento", declaró a 'Euronews' un portavoz del Departamento de Estado cuando se le preguntó por posibles sanciones.
La Comisión ha rechazado enérgicamente la caracterización como "completamente errónea y totalmente infundada", argumentando que la DSA y la DMA respetan la libertad de información y tratan a todas las empresas por igual, "independientemente de su lugar de establecimiento".
Pero es poco probable que esta afirmación convenza a la Casa Blanca, muy próxima a la agenda política de las grandes tecnológicas. Mark Zuckerberg, de Meta, Tim Cook, de Apple, Sundar Pichai, de Google, y Elon Musk, de X, cuyas empresas están todas bajo la lupa de la Comisión, ocuparon asientos preferentes en la toma de posesión de Trump en enero.
La creciente alineación ideológica entre los republicanos de Washington y los directores ejecutivos de Silicon Valley es un mal presagio para la lucha europea por preservar la soberanía regulatoria. Al fin y al cabo, la declaración conjunta de la UE y EE.UU. no es vinculante y deja la puerta abierta a que Trump reinterprete libremente, o directamente ignore, los términos acordados.
Parece que la guerra comercial no ha terminado. Sólo está evolucionando.
"Estamos dispuestos a dialogar con Estados Unidos, pero nunca negociaremos la legislación europea bajo amenazas", dijo Valérie Hayer, diputada francesa del Parlamento Europeo que lidera el grupo liberal de la coalición centrista de Von der Leyen. "Legislamos a través de nuestro propio proceso democrático europeo, no por presiones extranjeras. Los aliados no intimidan a los aliados".
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