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El discurso de Von der Leyen sobre el Estado de la Unión llega en su momento de mayor fragilidad

• Sep 9, 2025, 6:20 AM
11 min de lecture
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Llega ese momento del año, el día del discurso sobre el Estado de la Unión Europea. También conocido en la jerga como SOTEU ('State of the European Union'), el discurso, generalmente de una hora de duración, marca el inicio de la temporada de trabajo tras las agradables vacaciones de agosto.

Su protagonista, el presidente de la Comisión Europea, aprovecha el momento para mostrar los logros recientes, anticipar las próximas iniciativas y marcar el tono político de los próximos 12 meses. Este año, sin embargo, el discurso sonará de todo menos victorioso.

Cuando Ursula von der Leyen pise el hemiciclo del Parlamento Europeo el miércoles por la mañana, se encontrará en una posición que hasta ahora le había sido esquiva: la de fragilidad. Prácticamente, una desconocida cuando fue elegida presidenta por primera vez en 2019, la jefa de la Comisión logró cultivar gradualmente una imagen de líder fiable y eficiente que podía dirigir el bloque a través de aguas turbulentas y empujar la integración hacia profundidades inexploradas.

Su respuesta a la pandemia del COVID-19 llevó a su ejecutivo a emprender las tareas sin precedentes de comprar vacunas vitales para 450 millones de ciudadanos y poner en marcha un fondo de recuperación basado en la emisión a gran escala de deuda común. La invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia reforzó aún más sus credenciales, convirtiéndose en una de las principales voces del frente occidental contra la agresiva invasión de Vladímir Putin.

A finales de 2022, la revista 'Forbes' nombró a Von der Leyen la mujer más poderosa del mundo, título que conserva desde entonces. El año pasado fue reelegida por 401 votos para un segundo mandato, una cifra superior a la prevista por los observadores.

Pero en sólo unos meses, su prestigio ha caído en picado, con acusaciones y reproches procedentes de todos los sectores del espectro político, creando la incómoda impresión de una presidenta en el punto de mira.

La creciente oposición llegó a su punto álgido en julio, cuando Von der Leyen se vio obligada a defender su presidencia frente a una moción de censura presentada por eurodiputados de la extrema derecha. Aunque se mostró desafiante frente a los proponentes de la moción, a los que tachó de "marionetas" controladas por Rusia, se aseguró de ofrecer una rama de olivo a los demás legisladores.

"Reconozco que hay miembros que no han firmado esta moción, pero que tienen preocupaciones legítimas sobre algunas de las cuestiones que plantea", les dijo. "Es justo. Forma parte de nuestra democracia, y siempre estaré dispuesta a debatir cualquier asunto que esta cámara quiera, con hechos y con argumentos." La obertura parece haber caído en saco roto: ya están en marcha otras dos mociones de censura por separado, un ominoso anticipo para el nuevo año laboral.

"Ursula von der Leyen se enfrenta a una difícil tarea en su Estado de la Unión", dijo Fabian Zuleeg, director ejecutivo del Centro de Política Europea (EPC), señalando el tumulto interno que asola a muchos Estados miembros, como Francia, como otro dolor de cabeza. "Lo mejor a lo que puede aspirar es a mantener el barco a flote, por lo que es poco probable que este Estado de la Unión presente la agenda verdaderamente ambiciosa que se necesita".

El acuerdo más odiado

El descontento con la presidencia de Von der Leyen es generalizado en la Eurocámara. Su propia familia política, el Partido Popular Europeo (PPE), ha lanzado una ofensiva sin cuartel para socavar la legislación aprobada en el marco del Pacto Verde, que Von der Leyen describió una vez con orgullo como el "momento del hombre en la luna" del bloque.

El PPE ha votado en ocasiones en sintonía con fuerzas duras y de extrema derecha para lograr ese objetivo, desatando la furia de socialistas, liberales y verdes, que consideran esta alianza informal un incumplimiento de la promesa que Von der Leyen hizo en su campaña de reelección.

Entonces, la jefa de la Comisión había rechazado buscar una cooperación estructurada con la derecha dura, una exigencia clave de los progresistas para darle sus votos. Pero el PPE, desvinculado de su declaración, aprovechó el impulso a favor de la simplificación de la normativa, acogido con entusiasmo por los Estados miembros, para pasar a la siguiente fase de su agenda contraria al Pacto Verde.

El choque ideológico ha fracturado la coalición centrista proeuropea que se suponía iba a anclar el segundo mandato de Von der Leyen. Cuando sometió a votación en el Parlamento su flamante Colegio de Comisarios, el resultado fue de 370 votos a favor, notablemente por debajo de los 401 votos que había recibido apenas unos meses antes. A partir de entonces, las fisuras no hicieron más que agravarse.

La reticencia del bloque a sancionar a Israel por su guerra contra Gaza ha enfurecido a los eurodiputados de izquierdas y ha empujado a Teresa Ribera, la segunda al mando de la Comisión, a romper filas en público. La propuesta de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero del bloque en un 90% para finales de 2040 ha sido muy criticada por los conservadores, que han prometido acabar con ella.

Pero es el acuerdo comercial UE-EE.UU. el que ha desatado las mayores críticas por parte de la oposición. Según las condiciones que Von der Leyen pactó en una reunión cara a cara con Donald Trump en Escocia, la gran mayoría de los productos fabricados en la UE estarán sujetos a un arancel del 15% en el mercado estadounidense, mientras que la gran mayoría de los productos fabricados en EE.UU. exportados al mercado de la UE estarán exentos de aranceles.

Además, el bloque se ha comprometido a gastar 750.000 millones de dólares en energía estadounidense, invertir 600.000 millones de dólares en la economía de EE.UU. y comprar chips de inteligencia artificial por valor de 40.000 millones de dólares para antes del final del mandato de Trump. Estados Unidos no hizo ninguna promesa similar.

Dada la competencia exclusiva de la Comisión para fijar la política comercial, la culpa de este acuerdo extremadamente desigual ha recaído en gran medida en Von der Leyen, dañando lo que hasta ahora había sido su mayor activo: su reputación como hábil gestora en tiempos de crisis.

Lo más preocupante para Von der Leyen es que las críticas más duras proceden de las fuerzas más europeístas de su coalición, que consideran el acuerdo una capitulación que somete al bloque a los designios estadounidenses y torpedea el objetivo de autonomía estratégica.

Nathalie Tocci, directora del Istituto Affari Internazionali (IAI), cree que la responsabilidad debe ser compartida con los Estados miembros, que "socavaron" la capacidad negociadora del Ejecutivo al alzar la voz públicamente para defender sus intereses particulares.

"En realidad, el problema es la forma en que el creciente nacionalismo en Europa y el auge de la extrema derecha han vaciado de contenido lo que podría ser una agenda integracionista de la UE, y está claro que, casi por definición, la Comisión se ocupa de eso", declaró Tocci a 'Euronews'.

"Creo que sería injusto culpar [del acuerdo] exclusivamente a Von der Leyen, porque en muchos aspectos es víctima de un contexto político más amplio. Se puede decir que no está haciendo lo suficiente para abordarlo, pero es que no puede hacer mucho al respecto".

Tras días de silencio, Von der Leyen admitió que el acuerdo era "sólido aunque imperfecto" e insistió en que, al menos, proporcionaría "estabilidad y previsibilidad" en un momento de agitación. Poco después, la afirmación se vino abajo cuando el propio Trump amenazó con aplicar aranceles adicionales en represalia por la multa antimonopolio de 2.950 millones de euros impuesta por la Comisión a Google.

Cuando tome la palabra para pronunciar su discurso en Estrasburgo, la presidenta de la Comisión Europea se encontrará con un público que quizá prefiera el arrepentimiento a las explicaciones.


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