Trump hincha una superburbuja de deuda pero capea el temporal a corto plazo

A los mercados les gustan las verdades del barquero. Las que nunca fallan. Las recetas infalibles, casi de perogrullo. Una: todas las burbujas explotan. Y dos: las crisis siempre acaban llegando. Pero los mercados tienen también su lado sofisticado: en un tiempo eterno toda profecía termina por cumplirse, pero en esos dos casos lo difícil es acertar con los tiempos, y se puede ganar mucho dinero apostando al momento en que explotará una burbuja y llegará la crisis. Los analistas habían descontado que las erráticas políticas económicas del trumpismo iban a provocar una sacudida a corto plazo en Estados Unidos, y hubo unos días en abril de auténtica pesadilla, pero el fin del mundo no termina de llegar a pesar de que los datos macroeconómicos palidecen cada vez más. La previsible tormenta ha dado sustos, pero los nubarrones no descargan como prometían. A la corta no se atisba el Apocalipsis. La ansiedad se traslada al medio plazo.
Europa: una página en blanco
Lo popular en Estados Unidos es universal. Y lo que ocurre con su economía también lo es: los riesgos norteamericanos son un dolor de cabeza global, pero a la vez abren el abanico de posibilidades en otras zonas del mundo. China, de momento, sigue a lo suyo, tratando de forzar el sorpasso en la geoeconomía global. Otros países —el Brasil de Lula, por ejemplo— han adoptado posiciones belicosas contra los aranceles de Trump. Y Canadá, probablemente el espejo en el que debería mirarse Europa, acaba de aprobar medidas para acometer la tríada de problemas que atenaza a todo el Atlántico Norte: su primer ministro, el exbanquero central Mark Carney, ha activado planes para recoser el mercado interior, buscar soluciones al problema de la vivienda y aplicar políticas industriales para elevar la competitividad. En la UE se han presentado una miríada de informes al respecto con el mismo foco: los de Letta y Draghi son los más destacados. La hoja de servicios de las instituciones europeas, sin embargo, está prácticamente en blanco, emborronada además con un pacto comercial entre Bruselas y Washington que, sin ser del todo desastroso, pone de manifiesto todas las debilidades y carencias europeas.
Europa llegó mal equipada a la Gran Recesión, y lo pagó carísimo. En cambio, respondió adecuadamente al Brexit y al covid. Pero ha sido incapaz de despertar ante la amenaza del trumpismo, y sigue viviendo en el ensalmo de que las aguas volverán a su cauce. “No hay mercado único, la seguridad europea es aún muy incipiente y la debilidad alemana es un pésimo punto de partida: Europa ha sido incapaz de confrontar con Trump, algo que sí han hecho otras áreas económicas. No consigue articular una visión, tener un plan. Está empezando a mover sus piezas, por ejemplo en defensa, pero es difícil ver a los Veintisiete acordando algo ambicioso. Así que los analistas oscilamos entre la esperanza y el escepticismo. El objetivo es no desesperarse”, critica Blanchard con un punto de ironía francesa. “No hemos hecho nada, ni siquiera en lo más urgente: esa parálisis es atribuible a Bruselas, pero también a los Estados miembros”, asume una alta fuente europea.
Los deberes están ahí, y son de sobra conocidos: reforzar el mercado único, sacar adelante los eurobonos —un activo de reserva seguro en un mundo en el que cada vez escasean más los activos seguros—, y acelerar la unión bancaria para cuando lleguen los problemas. Pero nadie es capaz de ponerle el cascabel al gato. Menos aún con una Alemania que va a lo suyo. Frente a esa oportunidad, solo estamos viendo dolor: la apreciación del dólar, que se suma a la subida arancelaria, hace mucho daño a las empresas europeas, al continente más abierto del mundo. “Ahora mismo Europa es un actor débil, pero confío en que algún momento la estabilidad, la previsibilidad y el Estado de derecho den dividendos, aunque es evidente que tendríamos que hacer reformas difíciles y no hay apetito político para ello”, señala un optimista Praet.
Los aranceles de Trump están en el 15%, pero el FMI calcula que las barreras en el mercado interno equivalen a aranceles del 45% para la industria y del 110% para los servicios. “Europa es muy dependiente de la visión neomercantilista de Alemania, pero es que todo el mundo se ha vuelto neomercantilista y los bloques con grandes superávits comerciales, y ya no digamos Alemania, lo van a pasar peor”, explica Daniel S. Hamilton. González Laya es, de largo, la voz más crítica: “Nadie nos toma en serio, ni EE UU ni los grandes emergentes”, se queja, “porque hemos sido incapaces de jugar de otra manera en la guerra comercial al no tener ninguna autonomía estratégica”. El talón de Aquiles de la defensa europea ha mejorado, pero más porque las empresas están invirtiendo que porque Bruselas haya hecho los deberes: “Sigue sin haber pasos decisivos hacia un mercado único de la defensa bien integrado”. El otro agujero es, curiosamente, el gran activo del que siempre presume Europa, un mercado único con 500 millones de consumidores. “No hemos sabido quitarnos las anteojeras nacionales y no hay avances, esencialmente en el mercado de capitales: en 2008 ya vimos cuánto dolor acarrea esa línea de falla, y en el covid lo hicimos mucho mejor, pero ahora mismo no veo que vayamos hacia ninguna parte”, apunta la exministra. Francia no está. En Italia, Meloni juega al seguidismo con Trump. Alemania está completamente ensimismada en sus graves problemas internos. La voz de España ha perdido tracción por el ruido político. ¿Y Von der Leyen, la jefa de la Comisión? “Le ha faltado ambición en las agendas geopolíticas, como Gaza y Ucrania, y le ha faltado ambición en las agendas geoeconómicas. Está pensando más en lo que las capitales le van a comprar que en propuestas de calado con verdadero vuelo. Cuando ha hecho falta se ha arrimado a la ultraderecha. No veo liderazgo. Ni visión. Es una decepción. Una decepción enorme”, zanja.
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