Las claves: la política energética debe adaptarse a las circunstancias

En 2011, tras el incidente de Fukushima, Alemania decidió cerrar sus centrales nucleares. No deben ser pocos los que, 14 años, una guerra y una crisis energética después, se tiran ahora de los pelos en Berlín, con el país sumido en un letargo energético e industrial. La política energética, como la de vivienda o la de infraestructuras, tiene la incomodidad de que ha de proyectarse a años vista. Tantos que, para perjuicio de decisiones necesarias, muchas veces superan los ciclos electorales, y por tanto el cortoplacismo propio de la clase política. Pero eso no quita que los dirigentes deben adaptarse al mundo en el que viven, y no al que proyectaron: las circunstancias en las que se previó el cierre nuclear en España no son las actuales. Son mejores en muchos aspectos, de hecho, pero son diferentes. El proyecto energético español presenta un futuro envidiado en su torno –Berlín incluido–, pero ha de afrontar una serie de retos, como la capacidad de la red para absorber toda la renovable, que obligan a replantearse ciertas posiciones. Entre ellas está el cierre de la central nuclear de Almaraz. El futuro es verde, pero va a necesitar acompañamiento.
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