¿Por qué Bruselas no se opone al aire acondicionado si Europa sigue luchando contra su uso?

En un verano en el que la radio no consiguió ofrecer ni un solo éxito memorable, un tema consiguió mantener a todo el mundo pendiente: las reticencias en Europa con el aire acondicionado. No es un debate nuevo. Cada pocos años, cuando suben las temperaturas, resurge la división transatlántica sobre los hábitos de refrigeración.
Pero este año, se volvió inusualmente feroz, tensando los lazos culturales entre europeos y estadounidenses casi tanto como los aranceles de Trump o los desacuerdos sobre el futuro de Ucrania.
Los estadounidenses, desconcertados por el hecho de que los europeos puedan vivir sin refrigeración constante, defienden su amado aire acondicionado con la misma pasión con la que los italianos juzgan los ingredientes de las pizzas de otras culturas o los franceses se enervan ante los extranjeros que chapurrean "la langue française".
Las cifras de esta división son contundentes: casi el 90% de los hogares estadounidenses tienen aire acondicionado, frente alrededor del 20% en Europa, con algunos países muy por debajo de esa cifra.
En Francia, el tema ha entrado incluso en la arena política, con la líder de extrema derecha Marine Le Pen pidiendo un gran plan de infraestructuras de aire acondicionado. Los críticos han llegado a culpar a la normativa de la UE (o a su propia política medioambiental insignia, el Green Deal) de que los europeos sigan sudando.
Mientras tanto, medios de comunicación internacionales como el 'Financial Times' y el 'Wall Street Journal' advierten de que la lenta adopción de la tecnología de refrigeración en Europa ya está costando vidas.
El mito de la prohibición del aire acondicionado
Como casi todo en la UE, hasta el aire acondicionado tiene sus propios siglas. En la burbuja de Bruselas no se habla de aire acondicionado como la gente normal, sino de HVAC, es decir, sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado.
Pero, ¿realmente odia Bruselas el aire acondicionado? A pesar de lo que insinúan algunos críticos, la UE nunca ha prohibido estos dispositivos. Tampoco sus normas restringen drásticamente las instalaciones.
Lo que sí regula la UE son los tipos de sistemas permitidos, imponiendo límites a los refrigerantes nocivos, requisitos para una mayor eficiencia y directrices para los edificios. Es decir, Bruselas no se opone a la refrigeración, sólo quiere que la tecnología se ajuste a la política climática.
El razonamiento es sencillo. Europa se ha comprometido a alcanzar la neutralidad climática en 2050. Si no se controla, el fuerte aumento de los aires acondicionados ineficientes haría imposible ese objetivo.
Alternativas más limpias
La pieza central de esta adaptación política es el Reglamento sobre gases fluorados, recientemente revisado, que elimina para 2050 los hidrofluorocarburos (HFC), potentes gases de efecto invernadero utilizados en muchos sistemas de refrigeración tradicionales.
Esta normativa obliga a los fabricantes a adoptar alternativas más limpias, como el dióxido de carbono y el amoníaco. Algunos representantes del sector argumentan que esto ha frenado el crecimiento del mercado de las bombas de calor, una tecnología que proporciona calefacción, refrigeración y agua caliente.
Bruselas replica que la caída de los precios del gas, el debilitamiento de las subvenciones y la cautela de los consumidores son las verdaderas razones, y pone sus esperanzas en una oleada de nuevos modelos sin HFC que ya están llegando al mercado.
La Directiva sobre diseño ecológico, otra pieza del rompecabezas, establece normas mínimas de eficiencia. De hecho, prohíbe los modelos menos eficientes y empuja a los fabricantes hacia diseños más ecológicos.
Estas normas están relacionadas con la Directiva de Eficiencia Energética de los Edificios, que obliga a mejorar el parque inmobiliario europeo mediante un mejor aislamiento y una calefacción y refrigeración más ecológicas. Ambas medidas reflejan el mismo principio: la UE no pretende acabar con el aire acondicionado, sólo quiere que se use de forma sostenible.
Particularidades nacionales...
Sin embargo, gran parte de la normativa práctica sobre aire acondicionado procede de los Estados miembros. España, Italia y Grecia, por ejemplo, limitan la temperatura de los edificios públicos en verano, que no suele bajar de 27ºC.
El objetivo es ahorrar energía, sobre todo durante las crisis de suministro. Además, algunos centros históricos restringen la instalación de aparatos de aire acondicionado externos por razones estéticas.
También están los problemas medioambientales. Los estudios demuestran que las unidades de aire acondicionado pueden elevar varios grados la temperatura exterior en zonas urbanas densas, agravando el llamado "efecto isla de calor". Pero se trata de excepciones, no de una explicación de la escasa adopción general en Europa.
... y la resistencia cultural
El resto del rechazo se basa en factores históricos y culturales. Las ciudades del sur de Europa se construyeron para soportar el calor: muros gruesos, ventanas en sombra y calles diseñadas para maximizar la circulación del aire.
Por eso la pintura blanca domina los pintorescos horizontes de lugares mediterráneos como Santorini (Grecia) o Vieste (Italia): Las superficies brillantes reflejan la luz solar y el calor radiante, lo que refresca los interiores. En el norte de Europa, en cambio, los veranos eran tan suaves que rara vez se necesitaba refrigeración.
El aire acondicionado, cuando apareció en Europa, se consideraba un lujo e incluso un riesgo para la salud. Muchos europeos aún creen que la exposición al aire frío puede hacerlos enfermar, y persiste el estereotipo de que el aire acondicionado es para ricos.
La cuestión energética
Luego está la cuestión del dinero. La electricidad en Europa es mucho más cara que en Estados Unidos, y la crisis energética de 2022 no hizo sino reforzar esta idea. Aunque los precios se han estabilizado, el gasto adicional que supone el aire acondicionado sigue siendo prohibitivo para muchos hogares.
El aire acondicionado sólo representa el 0,6% de la electricidad consumida en los hogares de la UE, pero su porcentaje aumenta rápidamente.
Las olas de calor de junio y julio de 2025 elevaron la demanda diaria hasta un 14%. Los precios se dispararon por encima de 400 euros/MWh en Alemania y 470 euros/MWh en Polonia, incluso cuando la energía solar alcanzó máximos históricos.
Este aumento de la demanda pone de relieve el reto. La red eléctrica europea, ya de por sí sobrecargada, debe prepararse para veranos más calurosos y mayores necesidades de refrigeración.
Lo que viene después
Bruselas no odia el aire acondicionado. Pero sí quiere asegurarse de que la tecnología de refrigeración encaja en sus objetivos climáticos y energéticos. La Comisión Europea siempre ha dejado claro que los Estados miembros son los más indicados para decidir qué medidas concretas de ahorro energético adoptan.
Pero también está preparando al sector energético de la UE para una era de olas de calor recurrentes y más intensas, centrándose en el almacenamiento, las interconexiones y la resistencia de la red. Esto no excluye una intervención específica en el sector a medio plazo, aunque de momento no hay nada previsto.
A fin de cuentas, la escasa adopción del aire acondicionado en Europa no es el resultado de prohibiciones u hostilidad burocrática. Es más bien una mezcla de cultura, coste, tradición y política. Pero como los veranos son cada vez más calurosos y las olas de calor se convierten en la nueva normalidad, ese equilibrio se seguirá poniendo a prueba cada año.
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